Abstract
El animal político del que habló Aristóteles en la antigua Grecia, siempre quiere y necesita saber de los asuntos de la polis. El Estado y la Administración se convierten en referentes ineludibles para la expresión de los ciudadanos y para la prensa, dentro del ejercicio de la política. En las democracias las decisiones políticas no pueden ser tomadas de manera oculta, por unos pocos, así se trate de una minoría calificada, sin conocimiento o de espaldas a las mayorías. La forma de enterar a esas mayorías y de brindarles la oportunidad de participar en el proceso político es la publicación de toda la información que sea necesaria para tomar las decisiones políticas. El documento escrito, en razón de su publicidad, reduce considerablemente el margen de acción de la razón de Estado del antiguo régimen y de la discrecionalidad en el nuevo. En el documento debe aparecer una memoria, al menos aparente, del motivo o de los motivos que justifican razonablemente la decisión. La respuesta formal de la burocracia a esta carga de argumentación, fue de una parte la calificación de algunos documentos o informaciones como secretos o reservados, y de otra el afianzamiento de la prerrogativa de decidir sin tener que motivar. En el plano material, la burocracia implementó un innecesariamente complejo, tortuoso, disuasivo, y, en no pocos casos, costoso ritual para acceder a sus documentos. En la medida en que el acceso de las personas a la información pública sea restringido o sea dificultado hasta hacerlo imposible, muy poca gente se enterará de lo que la Administración hace y deshace. Esa cortina de ignorancia, levantada por el esfuerzo burocrático de ocultar la información, impide el cuestionamiento, la crítica y el control, y genera la tentación de obtener beneficios individuales o particulares de la cosa pública. Todos los Estados y las Administraciones en el mundo de hoy parecen estar afectados, en mayor o en menor medida, del cáncer de la corrupción. No es insólito descubrir diariamente la comisión de fraudes y de otras muchas faltas, por las autoridades públicas o los funcionarios. Si hasta se ha llegado a hablar, como lo hizo en Colombia el Expresidente Julio César Turbay Ayala de “reducir la corrupción a sus justas proporciones”, tampoco es extraño encontrar que el soborno, las coimas y el sacar ventajas indebidas, son instrumentos usuales, y para algunos necesarios, en el mundo empresarial, como lo revelan los recientes escándalos de Enron Corporation en Estados Unidos y de Airbus en Europa. La oscuridad de lo público, propiciada por la imposibilidad de acceder a la información pública, por los medios más eficaces y expeditos, a todos aquellos que quieran hacerlo, propicia y favorece la corrupción. El silencio que nace de la ignorancia, genera impunidad. Este lamentable estado de cosas hace necesario considerar, como en su momento lo hicieron ejemplarmente las democracias nórdicas, que el principio de la transparencia es un elemento cardinal dentro de un Estado Social y Democrático de Derecho y dentro de una Administración Pública comprometida con el bienestar general.